365 días de angustia; eins.

noviembre 5, 2014 § Deja un comentario

Inesperadamente, a veces pierdo mis lentes por las mañanas. O no es que los pierda, ellos simplemente se esconden. Huyen, tal vez. Así que solo salgo a la calle sin ellos. Camino más despacio por si acaso, me tomo mi tiempo para enfocar los autos, pero sobre todo evito leer letreros: me hacen sentir triste.

Aquel día mis lentes se habían escondido,  así que no pude mirar la tv -eso también me entristece- y debía ir a la alberca. Tomé mis cosas y con ojos entrecerrados salí. Tuve que chiflarle a Tobías, no lograba reconocerlo a media calle y no quería acercarme cuando estaba acompañado, así que dejé que él se acercara. «Querido» dije, «querido, el mundo es un mal aquejante, lleno de misterios re descubiertos y pisoteados hasta que pierden todo lo bueno que tuvieron y hay personas que simplemente viven para pisotear y bailar sobre su propia mierda sin titubear. Tengo miedo de perderme y despertar siendo ese tipo de humano. O un humano. O cualquier tipo de objeto. O de ser responsable, más aún que ser irresponsable. Se mis ojos hasta la alberca. Necesito ahogarme un rato.»

Claro que Tobías sabía pero no respondía a mis discursos. A los locos y a los tontos solo hay que seguirles la corriente para que se tranquilicen. Así que, con pisadas suaves y tranquilas, con su andar ligero, Tobías, sin mirar atrás, me llevó hasta la esquina donde olía a cloro.

«Tobías, cariño, eres el mejor perro guía.»

Me sigo preguntando.

febrero 8, 2014 § Deja un comentario

A veces necesito leer libros bonitos para no sentirme triste.

Por ejemplo, he tenido momentos en los que necesito las palabras exactas de un clásico. Y es justo cuando los busco desesperadamente en mis repisas que recuerdo haberlos prestado. Ah…

¿Por qué?  Me sigo preguntando…

Por qué. Demonios. Los presto.

(My dear Mr. Darcy, come back to me…)

No hay nada que me guste más en esa casa que tus cuadros.

enero 17, 2014 § Deja un comentario

Lloré junto a los torniquetes, pero me contuve. Lloré cuando vi sus ojos.  Lloré en el patio del hospital, en la sala de mi casa, en el auto cuando ibamos en carretera, en el pasto mientras bajaba mi mochila, en la cocina fría de mi abuela, en la sala iluminada con la gente y los cuadros colgados. Lloré, pero me contuve.

Lloré cuando más gente iba llegando, cuando sacamos sillas y cobijas, cuando entré a la cocina y me dijeron «sientate, no haz comido». «Abuela» dije, «Tú tampoco haz comido. No me va a pasar de la garganta ni brincando, pero intentalo conmigo». Y lloré a cada mordisco.

Lloré al mirar los cuadros que me sé de memoria, me reí de la mueca que hizo el padre al verlos todavía colgados, y volví a llorar porque no hay nada que me guste más en esa casa que tus cuadros. Pero me contuve.

Todo este tiempo he pretendido ser muy tranquila y comprensiva. Estoy bien. Estoy bien. Estoy bien. Estoy, maldita sea, bien. Pero si escucho a un trío cantar cuando estoy en el pesero, las rancheras cuando voy en el metro; pero si escucho las mañanitas cuando voy caminando, cuentos de brujas de pueblo, la milenaria historia de la fábrica donde se conocieron: no puedo evitar sentir que un hoyo se me hace en el pecho.

¿Qué se supone que te diga?  Me siento egoísta cuando todas esas lágrimas me corren por la mejilla hasta el mentón aunque escucho orgullosa lo que todos saben de ti.

Hoy es 17 de enero y vuelvo a llorar al recordar su mesa de trabajo, los lápices afilados y sus lentes colgados.

Por la tarde sacaré una banca y me sentaré a tomar el sol, con los ojos cerrados y sonriendo de lado, porque ya va siendo hora de que te dé un adiós más apropiado.

-El día que naciste, tu abuela y yo fuimos a buscarlas a la clínica y tu prima Mary iba con nosotros. Como no podíamos pasar todos, nos esperamos en la entrada. En eso salió tu mamá contigo en los brazos, cubierta con una cobija, y entonces Mary gritó «¡Abuelito, ya las ví! ¡Está preciosísima!». Hija, no te voy a decir que no estabas preciosísima, pero esque estabamos a casi diez metros de distancia y no creo que tu prima haya podido verte nada.

Let it go

Las Siete Palabras de la Chica Houdini

enero 16, 2014 § Deja un comentario

Quítate los lentes un rato, deja que el mundo gire y nos arrastre. El té helado, o solo el helado, con limón sabe bueno. Todavía existen las ‘papatinas’, pero nunca me gustó ponerles la salsita que traía. Huele un rato el cempasuchitl, sólo una vez al año tiene sus dos horas de fama. Relájate un momento en lo que descubro cómo pronunciar siete palabras.

Me gusta desaparecer, aunque no sé si ya lo notaste. No me sé comprometer a ningún nivel pero no es eso de lo que quiero hablar ahora. Cuando me giro en mi cama en la noche, cuando no encuentro mis lentes por la mañana, cuando me obligo a desayunar aunque termino dando vueltas por la casa; me llego a preguntar si es un buen momento para hablarte o si quiero hablarte.

Aunque no siempre en ese orden de tiempos e importancia. Porque paso mucho tiempo olvidando estas cosas y esporádicamente recordándolas, aunque más insípidas e invisibles. Me refiero a que soy feliz queriendo pedir libros por internet, pero a veces salen estas otras frases que me hacen preguntar si es un buen momento para hablarte.

Cuando cruzo un puente, cuando miro por la ventana en un tercer piso, cuando veo un avión pasar, cuando camino varias cuadras; de verdad me pregunto si quiero hablarte o si es un buen momento para acercarme. Aunque no siempre en ese orden de importancia.

Sin embargo quiero insistir, no soy alguien que sepa quedarse hasta el final del día. Me gusta huir. Esconderme. Evitar preguntas directas. Omitir, si es necesario, la obviedad de cuánto me gustas. Por que soy una Chica Houdini y eso hago, para sentirme a salvo.

Lo que intento decir esque no me hagas caso, porque todo este tiempo lo he seguido intentando. Es muy estúpido, estudiando por varios meses alemán para siete palabras que es probable las diga jugando.  Que gritan un «hazme caso» desesperado.  O cualquier otro adjetivo.

Pero lo sigo pensando. Tal vez un día desaparezca. Tal vez no tenía nada más que decir. Tal vez si quise poner atención en esos meses para poder decirte «Sag mir, dass du mich lieb hast.» (Dime a mí, dime que me quieres.)

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Sonrisa tonta de espejo.

febrero 15, 2013 § Deja un comentario

Hay quienes crecemos lento. Descaradamente sin prisa.

Pensando en la comodidad de una juventud sin exaltarse innecesariamente, como poder pedir un helado sin risitas nerviosas, como preguntar la hora sin tartamudeos traicioneros. Como poder ir a una cita en un museo sin pasare horas girando frente al espejo.

Estamos los que simplemente nos resbalada la idea de ser una persona que expone su vanidad. «Mira, yo sé que todas las chicas tenemos ojos, nariz  y boca. Pero seguro que no has visto una con los párpados morados y labios verdes más lindos que los míos.» De verdad, se les escucha murmurar cuando salgo a caminar.

Me refiero a que prefiero mirar desde lejos cómo reaccionan las personas. Como se miran, se toman de la mano, se evitan. Como se contradicen y pelean pero son felices.  Mira, es como el mundo que camina aunque esté harto de andar.  Mira, lo que quiero decir es que me sentía muy cómoda sólo mirando de lejos cómo giraba el mundo sin cambiarme.

«Quiero ser feliz con un helado, leer toda la noche novelas y cuentos de un conejo con magia, dibujar en cada hoja. Dormir todo el día.»  No me interesa crecer –decía. No me interesa ser mayor, ni probar alcohol, ni entrar a un bar, ni usar tacón.

Aunque todos hayan crecido. Aunque mis amigas se maquillen. Aunque yo tome agua y los demás pidan cerveza. Aunque todos hablen de sexo y sus parejas. Aunque sea sólo yo quien no tenga interés. (I don’t care.)

Cariño. Cuando te conocí empecé a crecer.

Ya no me da igual qué me pongo. No todo es hippie. No todo es azul. No me pongo la sudadera para nadar –además de cuando voy a nadar-. Porque caí en la cuenta, qué extraño, me gusta la ropa de chicas.

 Pero más allá de alaciar mi cabello; más que pintarme las uñas, más que fijarme en los chicos, más que tomar cerveza, más que probar alcohol, más que cortar mi cabello –dejarlo crecer y volverlo a alaciar-, más que cortarme fleco y teñirlo de azul:

Más que todo eso; fue comprar maquillaje, ponerme rímel, sombras azules y gris. Fue vestirme linda, peinarme, girar frente al espejo. Y pensar “Ah. Yo tengo un lápiz labial rosa (que encontré)”.

Y completar el cuadro. Yo sola.

-¿Cuándo empezaste a ser quien eres ahora?

-Cariño, crecí cuando te conocí.

Mis recuerdos son fotografías.

noviembre 2, 2012 § 2 comentarios

Mis recuerdos son fotografías.

En su mayoría. Lo siento, tengo una vaga idea de las dos veces que te ví, pero no consigo mirarlo nítido. No sé si tus brazos eran largos o cortos. Si la piel de los antebrazos era lisa y suave, como la de las personas grandes, o si era arrugada y pigmentada. Tampoco sé qué olía abrazarte, ni si tu cabello cosquilleaba en el brazo al rodear tu cuello o si dabas un beso antes de eso.

No lo sé, las fotografías son mis recuerdos.

Pero abuela, no me entiendas mal: Yo recuerdo tu voz. Aunque un día entero no lo supe procesar, aunque no dijera nada esa mañana cuando anunciaron que ya  no estabas; abuela, yo recuerdo perfectamente tu voz. Las cadencias del lenguaje, el tono, los modismos y muletillas con que solías hablar; abuela, yo recuerdo la forma en que me dijiste por última vez adiós.

Por ti me llamo Laura, abuela, aunque ninguna de las dos se llegó nunca a acostumbrar.

Así que: abuela, no te quedes conmigo.

Kenji.

octubre 24, 2012 § Deja un comentario

Kenji no tiene edad y  casi no habla. Se sorprende cuando alguien le dice «Buenos días, Kenji» o «Hasta mañana, Kenji». Raras veces responde. Pero en especiales ocasiones lo he visto dar la mano muy formal y decir «Buenas tardes» y después alejarse. Fernando, su psicólogo, dice que es muy raro que te llegue a ver los ojos; pero lo he visto varias veces mirar fijamente a las personas. Y me pregunto qué les ve. Tal vez él se pregunta qué les ven.

Kenji se ríe cuando se siente frustrado; y lo entiendo, a quién no le frustra estar armando una dentadura y al final descubrir que el rodillo de cera se movió. O que no hay oclusión. Entonces Kenji se ríe porque se siente frustrado: ladea la cabeza, cierra los ojos y deja que su boca permanesca sonriendo. Se toma unos segundos y vuelve a empezar. Fernando, su psicólogo, insiste en que es una de las mejores formas de desahogarnos.

Estabamos hablando de que era mejor estar concientes de su estado para poder no equivocarnos; en caso de urgencia, de un accidente o un desastre, era mejor saber la forma de ayudar y no estorbar.

Kenji es muy bueno con las matemáticas; en especial con las fechas. «-¿Cuándo es el 16 de agosto de este año, Kenji? -Jueves.  -¿Cuándo será el 13 de marzo del 2015, Kenji? -Viernes. -¿Cuándo caerá mi cumpleaños en el 2030, Kenji? -Martes.» Kenji tiene una excelente memoria. Tiene recuerdos desde los dos años y no hay como olvide el clima de cada día de su vida.

Kenji no conoce los dobles sentidos, sólo conoce el sentido literal. No está muy seguro de lo que son las reglas sociales para una conversación, por lo que «Por favor y Gracias» están de más con él. Fernando, su psicólogo, se anima cuando explica que una persona con Síndrome Asperger por lo general no busca interactuar con los demás, pero Kenji parece hacer un esfuerzo por socializar. Por aprender nuestros nombres. Por saber «cómo estás el día de hoy».

Kenji me sonríe cuando nos cruzamos en los pasillos y me da la mano después de abrir la puerta para que pase si me lo llego a encontrar. Me mira a los ojos y pregunta qué tal mi día. A veces lo ayudo con sus placas cuando se confunde y le prendo el motor cuando pule dientes.

Kenji siempre está sonriendo. «No pega, no grita, no muerde» dice Fernando, su psicólogo.

No respondas.

octubre 9, 2012 § 1 comentario

No quiero saber. Quiero decir que no quiero saber con exactitud pero una idea quiero tener. Hay que analizar variantes, pero estaba segura -si es que lo estaba en verdad- de que no quería saber.

Sigo sin quererlo, es difícil no mirar ni preguntar. Tampoco te voy a felicitar. Soy diplomática, en su mayoría, pero no te haré pasar un mal rato diciendo una idiotés. Así. Como ‘qué bien’. Como ‘qué lindo’. Como ‘me alegra’.

Hoy no voy a esperar a muy tarde. No voy a escuchar ningún vals. No voy a leer a Murakami. O algo así. Hoy, creo, no revisaré el único mensaje en el buzón. Tampoco pensaré en qué tono lo escribiste.

Quiero salir un momento a que me de el aire en la cara. Que mueva mi cabello. Que alce mi flequillo. Que empañe mis lentes. Quiero ponerme los audífonos grandes. Subir el volúmen. A pasos largos, cada vez más rápidos. Sin contar las cuadras. ‘Das rechts, das links. Geradeaus bis der Tagesanbruch. Sonnestraße; 5 Minuten weit von hier.’ Tal vez.

Igual es que no tengo idea de qué decir. Pero tampoco se te ocurra decirme, porque no quiero saber.

El Sheriff más carismático y amado.

octubre 3, 2012 § Deja un comentario

Me desperté con tu llamada. Eran las dos de la mañana. Tal vez. Me sorprendí descubrír que ya estaba dormida a esa hora, y el teléfono sonaba.

-» El pueblo de zapatos era un lugar tranquilo, donde vivía muy feliz el calzado multicultural de diferentes números y formas…»- Y me asusté. Era tu voz, pero hacías efectos de viejito ermitaño. -«El sheriff ‘Boot’ era el encargado de resguardar la tranquilidad del pueblo, pero a los Hermanos ‘Huarache’ les pareció un buen día para llevar acabo el gran golpe.»

«Era un asalto a la tienda de agujetas que tanto habían planeado. Pero el Sheriff era mas listo que ellos y se les había adelantado, montando su herradura llego con anticipación a la taberna, que estaba frente a la tienda. Llegaron presurosos los Huarache y sacando sus piedras (si, de esas famosas piedras en los zapatos), entraron y amagaron al Zapato de Ante, tomaron las agujetas y secuestraron a la hermosa Zapatilla, hija del dueño de la tienda. El Sheriff se encontraba demasiado ocupando jugando póker así que olvidó su importante misión, mientras,  los Hermanos Huarache subieron a sus herraduras y escaparon, pero el grito de la hermosa Zapatilla hizo recordar al Sheriff por qué estaba ahí. Pronto, abandonó el juego, montó su herradura y persiguió a los Hermanos Huarache; subiendo al Monte de los Reparados, el Sheriff se horrorizó ver por el camino peligrosos clavos, lengüetas y tacones, pero el Sheriff valientemente siguió despacio los pasos de los bandidos. Cuando llegó a su escondite, cargó su revolver cautelosamente (si, de las mismas piedritas). Derribó la puerta de una taconazo y antes de que pudiera lanzar la primera piedra, todos gritaron «¡Felicidades!». ¡Era una fiesta de cumpleaños sorpresa para el Sheriff mas carismático y amado de todo el mundo! Fue fantástico, había cepillos, lo bolearon y pulieron. Fue la mejor fiesta que jamas hubo en el pueblo. Fin.»

En realidad eran las cuatro de la mañana, había soñado que llamabas y comenzabas con esa locura de zapatos sin un hola de por medio. Aun tenía los audífonos puestos; Karen O cantaba en el repoductor.

Y pensé que tal vez era mejor que no imitaras a los viejos ermitaños.

Ese siempre ha sido el sueño de mi papá.

septiembre 28, 2012 § Deja un comentario

-Ese siempre ha sido el sueño de mi papá: Bailar el Second Waltz. Con su única hija, con un vestido largo.

Isabela recuerda que desde pequeña, su papá ponía el disco donde Shostakovich tócaba ese vals.  Y ella se acercaba para que él la cargara mientras bailaba al rededor de la mesa de madera.

-Mi mamá la adornaba con los siete arcángeles.

Él tarareaba la melodía mientras Isabela sonreía. Ella no entendía su regocijo, pero los dos recorrian toda la sala al bailar. Ahora, cada que su papá escucha el vals, comienza a balancearse de lado a lado mientras sonríe. Abre los ojos (de por si pequeños), la mira y extiende los brazos. E Isabela sabe que es cuando debe ir y abrazarlo.

Es en el minuto 2:25, mientras suena el corno francés (su parte favorita) cuando su papá dice: «Escucha Chabela…». Y vuelve a cerrar los ojos mientras bailan juntos, dando pasos largos y cortos. Se disculpa por ya no poderla cargar. Y dice: «Esta melodía es la que quería bailar con mi princesa. En su fiesta de quince años que nunca quiso». Le gusta hacerla sentir mal. E Isabela contesta: «Para mis 18 pá, te lo prometo».

Le da beso en la mano y dice: «Pues si. La bailaré contigo algún día, aunque no quieras».

-Es una de esas historia que me gusta presumir.- me dice Isabela.

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